Rufo y Rafa.

    


 Me llamo Rufo, soy el cuarto de una camada de 5 perros de raza criolla. Desde chico he sido muy bueno para distinguir olores, en especial de los talegos de basura que la gente suele sacar a las esquinas en las noches. Como había sido un perro callejero, había pasado por muchas dificultades en la vida y había aprendido a sobrevivir en la calle. 

    Mis amigos de la cuadra dicen que tuve suerte de que la ama Clara me haya adoptado, porque así no tuve que preocuparme por alimento y agua por un buen tiempo. Yo les doy la razón, nada más desesperante que ir a medio día en estos soles buscando agua o un pedazo de pan para calmar el hambre.

    Rafa es mi viejo amigo labrador, provenía de una familia adinerada, pero había sido abandonado por su dueño debido a su edad y problemas de salud. A pesar de nuestros diferentes orígenes, Rafa y yo nos hicimos amigos desde el primer momento en que coincidimos en el parque, teníamos mucha hambre y frío. Quiso Dios que la ama Clara estuviera paseando por el parque y se diera cuenta de nuestra situación, cuando nos subió a su camioneta nuestra suerte cambió.

    La ama Clara nos llevó a los dos a casa y nos cuidó con amor y dedicación. Rafa y yo pronto nos dimos cuenta que no importaba de dónde éramos, ni el pedigree, sino el cariño y la amistad que compartíamos. Rafa me enseñó algunos trucos que había aprendido en su antiguo hogar y yo le enseñé a Rafa cómo disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

    Cuando la ama Clara salía a pasearnos al parque, yo solía saltar en una pata, aunque al rato me aburría un poco porque solo quería correr por el prado y perseguir a más perros; en cambio Rafa era “muy puestecito” como le decía la ama. Él sabía qué hacer con su elegancia y porte, a la mayoría de gente le gustaba acariciar su lindo pelo dorado, su cabeza ancha, sus orejas caídas y sus ojos grandes y expresivos, a mi casi ni me miraban, seguramente porque soy como todos los de la calle. Algunas veces para llamar la atención inventé algunos trucos, como correr en círculos detrás de mi cola, ¡era muy gracioso!, debieron verme, una vez logré morderme el rabo, por unos minutos logré llamar la atención de las muchachas que acariciaban a Rafa, hasta que una de ellas gritó “perro bruto”, eso me desanimó un poco, así que busqué otro truco, tirarme boca arriba para mostrar mi hermosa barriga para que me acaricien, eso dado resultados con las chicas. Rafa a veces quiere imitarme, pero no sé, no le sale natural. 

    Un día, mientras la ama Clara nos llevaba de paseo al parque, ocurrió algo que cambió nuestras vidas. Yo, que siempre he sido muy bueno para distinguir olores, percibí un olor extraño en el aire. Era un aroma a preocupación y tristeza que provenía de la ama Clara. Noté que se agarraba el pecho y se le hacía difícil respirar. Asustado, empecé a ladrar y a jalar la correa de Rafa, intentando llamar la atención.

    Rafa, al principio confundido, se dio cuenta de la angustia en mi ladrido y tironeo. Ambos salimos corriendo desesperados hacia la calle, intentando buscar ayuda. La ama Clara estaba sufriendo un dolor fuerte y no teníamos tiempo que perder. Corrimos por las calles ladrando muy fuerte, buscando a alguien que pudiera ayudarnos. Logramos alertar a un vecino que llamó rápidamente a una ambulancia. Los médicos llegaron y atendieron  a la ama en la calle. Nos quedamos junto a ella mientras la llevaban al hospital, esperando que se recuperara. Los días siguientes fueron difíciles para nosotros. La ama seguía en el hospital y aunque Rafa y yo no entendíamos del todo lo que sucedía, sabíamos que algo grave estaba pasado. 

    Con tristeza en nuestros corazones entendimos que la ama Clara ya no estaba con nosotros, su aroma había desaparecido en el aire y con él todas sus buenas atenciones y el cariño que nos abrigaba el alma. Nos sentíamos perdidos y desamparados, sin saber qué hacer. Rafa y yo nos encontrábamos solos en la casa que una vez fue nuestro hogar, ahora lleno de silencio y ausencia.

    Pasados unos días nos dimos cuenta de que ya no había nadie para cuidarnos ni alimentarnos. La comida escaseaba y el agua estaba racionada. Recordé mis días en la calle, buscando comida en los basureros, y ahora esa experiencia me resultaba útil para encontrar algo que comer para mi y para Rafa.

    Nos aventuramos por las calles, intentando sobrevivir. Recordaba cada olor, cada rincón donde solía encontrar restos de comida. Rafa, acostumbrado a una vida más cómoda, tuvo dificultades para adaptarse a la realidad de la calle.

    A pesar de las dificultades, nuestra amistad y lealtad se fortalecieron. Nos apoyamos mutuamente en todo momento, compartimos lo poco que encontramos. Buscábamos refugio juntos y nos reconfortábamos uno al otro en la adversidad. En poco tiempo un grupo de seres tan bondadosos como el ama Clara se dio cuenta de nuestra situación y nos compartían comida. Aunque éramos diferentes en muchos aspectos, nos aceptaron y valoraron por lo que éramos: dos amigos leales que habían perdido su hogar, pero no su espíritu.

    Aprendimos a hacer de nuestro pequeño mundo en la calle un lugar mejor para todos, ayudando a otros perros necesitados, compartiendo lo que tenemos y brindando consuelo en momentos difíciles. Nos convertimos en un ejemplo de que, a pesar de las circunstancias, la amistad y la solidaridad pueden traer alegría y significado a la vida. Así, Rafa y yo continuamos nuestro camino juntos, enfrentando los desafíos de la vida en la calle con valentía y amor. Tal vez de esto se trate vivir,  de intentar hacer de este mundo un buen lugar.


        Hola, me llamo Felipe y fui uno de los ganadores del primer concurso de escritura juvenil "Jóvenes inspirando jóvenes" con mi cuento Rufo y Rafa. Gracias por leerme. Si te gustó mi relato puedes compartirlo, dejar un comentario en el blog o seguirnos.

Comentarios

  1. Excelente relato, bonito y con lindo mensaje. Además se nota su buena redacción y secuencia en las ideas. Hay mucha lógica en que hayas ganado. Felicidades

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