Pisoteados por los siervos.
Existieron una vez un rey y una reina. Y aunque la voz narradora diga: "y vivieron felices para siempre", esta vez no será así.
La historia
apenas comienza y el príncipe ahora se ha convertido en rey, heredando el mandato
de su padre; la princesa era una chica que hacía parte del proletariado –ya
saben cómo es la historia: la que hoy es reina, fue antes explotada y
maltratada–. El hecho es que al casarse con el príncipe Alberto se convirtió,
según las tradiciones reales, en princesa y cuando el rey padre murió, ella y
el príncipe se convirtieron en reyes.
Adela era
entonces la nueva reina y se había dejado llevar por el egoísmo, la avaricia, la
soberbia, pero sobre todo por el poder (sí, el maldito poder que se sube a la
cabeza demasiado fácil y te obliga a cometer toda clase de pecados). Convertida
en la reina malvada, Adela cometía muchísimos abusos con los súbditos, más de los que había padecido cuando hacía
parte de la misma clase social. Alberto también, y aunque se supone que en los
cuentos de hadas, cuando el verdugo se enamora de la chica pobre e indefensa se
le ablanda el corazón, esta pareja siguió esta norma solo al comienzo, ya que a
Alberto también se le subió el poder a la cabeza.
Un día
cualquiera mientras Adela y Alberto abusaban de su poder, llegó una bruja al
castillo y les dijo:
–Si quieren
disfrutar de su vida y vivir felices para siempre: ¡dejen de portarse así, cretinos!
¿no ven cómo sufren sus súbditos por su culpa?
–¡Una bruja
malvada! Chilló Adela muy asustada.
–¡Sáquenla
de aquí guardias!, gritó Alberto, fingiendo ser valiente aunque temblara hasta
el meñique del pie.
– Aquí los malvados son ustedes –decía la bruja que debo decir, era más bonita que la reina.
–Como no supieron usar el poder para el bien,
tendrán que aprender por las malas. La bruja hizo un chasquido y los reyes se
convirtieron en un par de “alpargatas” que fueron llevadas a una casa plebeya
cualquiera. El dueño de esas alpargatas tenía que ir al centro de la ciudad,
pero como era pobre –haz de cuenta un tipo estrato uno o mejor, estrato menos
uno–, tenía que caminar más de siete kilómetros para llegar; las alpargatas
eran viejas, la suela desgastada de tanto caminar. Ahora, dentro de ese calzado
habitaban el espíritu de Adela en el derecho y el de Alberto en el izquierdo.
El joven plebeyo se puso las alpargatas y
emprendió su camino, Adela y Alberto sentían el peso de ese cuerpo sobre su
ser, estaban exhaustos y como los reyes tiranos que eran, gritaban y gritaban
maldiciendo e invocando a la bruja, ordenándole que rompiera el hechizo y los volviera
al castillo, pero los gritos fueron en vano. La caminata no cesaba y cada vez
las alpargatas se desgastaban más y más. El regreso a casa también fue a pie. Adela
y Alberto no querían aceptar ni arrepentirse de sus errores, por ende, el
castigo fue más severo.
Al día
siguiente, como por arte de magia, despertaron en otro tiempo y espacio, convertidos en
botas de caucho; ahora el dueño era un campesino que iba a recolectar café en
una loma muy empinada y resbalosa.
Para este
par de reyes convertirse en botas fue peor, ya que el campesino tenían que
caminar mucho más porque el cultivo quedaba lejísimos –como dirían algunos: en
la p.m–.
La pareja
volvió a exigirle a la bruja con gritos y madrazos diferentes: ¡sácanos de
estas botas vieja arrecha! Esta vez la bruja se incorporó de inmediato, pues no
iba a permitir que unos “mocosos” que no sabían cómo dirigir un reino la llamen
“arrecha”, siendo una mujer tan recatada y bella como era.
–Más
arrechos serán ustedes, que no han podido apagar el fuego de sus cuerpos– y
soltó una carcajada burlona con esencia de bruja.
–¿Y tú cómo
los sabes?, dijo la bota izquierda con la voz de Alberto. La bruja soltó otra
carcajada y añadió: –por algo soy bruja, yo sé todo Alberto. Lástima que la
ciencia no haya avanzado lo suficiente, de lo contrario podrías tomarte una de
esas pastillas azules que toman en el
siglo XXI para que por fin Adela pueda sentir eso que tanto anhela– y soltó
otra sonora carcajada.
Alberto la
insultaba y le hervía la sangre de la furia e impotencia, sobre todo al recordar
que todos en el reino se burlaban de él por ese “pequeño problema”.
–ja,ja,ja –reía
a sus anchas la bruja. La insolencia de Alberto no le daba ira sino risa,
cerraba y apretaba los ojos fuertemente
y aplaudía, de veras que era una bruja muy bella.
Adela
estaba callada, hace algún tiempo había aceptado la realidad de que su marido “no
podía” y tendría que resignarse a vivir estresada hasta su muerte. No podía
evitar pensar: " si hubiera preferido a mi antiguo amor, aunque pobre sería
feliz, además este sí que podía y muy bien. No debí cambiarlo por unas monedas
que sin amor no vale la pena tenerlas”.
Al hacer
esa reflexión Adela se llenó de coraje y dijo a la bruja: –¡cállate idiota!, Te
ordeno que rompas el hechizo y hagas que volvamos a nuestra forma original!– La
bruja, serena, repuso: "por lo que veo no han aprendido a ser humildes,
pues miren, mi objetivo era darles una "cucharadita" de su propia medicina y que en
este lapso de tiempo aprendan a valorar el trabajo de sus "siervos"
porque si no fuera por ellos, ustedes habrían muerto de hambre ¡Buenos para
nada, vagos! Y como ustedes son peor que el puerco ya que no aprendieron la
lección y se atrevieron a decime arrecha, nunca volverán a ser personas, de
ahora en adelante ustedes serán mis botas. La bruja se puso las botas con ellos
ahí adentro y tuvieron que cargarla por el resto de sus vidas hasta que cuando
las botas de tanto uso se rompieron, decidió quemarlas.
Hola, me llamo Sarita. Gracias por leerme. Si te gustó mi relato puedes compartirlo, dejar un comentario en el blog o seguirnos.
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