Ser feliz

 

       

        Cuenta mi madre que mi padre nos abandonó cuando yo era muy pequeño. Recuerdo algo de él; sus ojos, esa mirada entre tierna y un poco fría a la vez. Cuando jugábamos era lo mas bonito, nos la pasábamos genial, todavía no sé por qué se fue, pero mi madre dice que todo fue por mi culpa, que yo era un estorbo para los dos, aunque en mi mente conservo recuerdos en los que salíamos los tres al parque a jugar muy felices, muchas veces me pregunto si mi mamá dice la verdad, no recuerdo que ellos pelearan, solo el día en el que mi padre me dijo: –hijo te quiero mucho, cuida de ti y de tu madre, me tengo que ir y pueda que nunca más regrese–, mi  mamá casi que lo saca a golpes, no entendí por qué lo hizo, era la primera vez que los miraba enojados. Hay cosas de pareja que pareciera ser tan íntimas que nadie puede auscultar sus secretos. Ese fue mi último día con él.

    Mi madre entró en una fuerte depresión, durante esos años estuve decididamente cuidando de mí mismo, mi mamá se la pasaba encerrada en su cuarto, en esas cuatro paredes de color gris, de tanto llorar se le notaban unas ojeras profundas, su cabello había comenzado a caer. Su habitación era muy clara, la mía todo lo contrario, oscura y pequeña, a mí no me gustaba las cosas claras, mi ropa era de colores opacos, que no llamaran la atención.

    Días después una amiga de mi madre llegó a la casa, hablaron por horas y al siguiente día todo cambió, empezó a vivir su vida otra vez, pero todavía me culpaba de que mi padre nos haya abandonado. Esto hacía que todos los días me sintiera mal conmigo y mi madre, y aunque muchas veces mis tías o diferentes familiares hablaban conmigo tratando de convencerme de que no era mi culpa, yo le creí a mi madre, aunque no sabía que mi salud estaba en juego. Realmente solo quería ver a mi madre feliz, aún al costo de mi propia vida.

    Cuando acabé mis estudios secundarios me fui de casa, extrañaba a mi madre, pero mi psicólogo me dijo que si volvía podría acabar con mi vida, y sí, ya lo había intentado, estaba con el psiquiatra, aunque ya con menos frecuencia; además me prometí a mí mismo que tenía que salir adelante, uní fuerzas y me enfrenté a la vida. Era un poco difícil ya que apenas había acabado mi bachillerato, aun así logre encontrar trabajo y un departamento.

    Me dolía dejar sola a mi madre, pero era mi vida o morir, y quería ser alguien, estudiar una carrera ya que desde pequeño mi sueño era estar en una compañía internacional, anhelaba eso y estaba feliz de que podía entrar a estudiar. Pasaron siete años desde que me independicé y pude entrar a la universidad. Muchas veces quise darme por vencido, pero no quise darle el lujo a mi madre de llegar otra vez a su casa y decirle que no pude, además estaba en otra ciudad. Cuando terminé mi carrera presenté mi hoja de vida a una compañía internacional y para mi suerte logré ganarme el puesto.

    Cinco meses después, en el trabajo, mi jefe me mandó a llamar, me necesitaba en su oficina; yo salí de allí con algo de temor y expectativa, fui directo a la suya. Su nombre era Cristian, un hombre muy especial, noble y trabajador. Sus hijos eran un amor, en algunas ocasiones había ido a su casa, no era muy lujosa como esperaba, su esposa había muerto días después de mi entrada al trabajo, de verdad lo admiro, es muy fuerte.

    Cuando entré a su oficina me quedé paralizado, estaba acompañado, la persona que tenia al frente no me reconocía, pero yo a él sí, era mi padre –nunca había podido quitarme su imagen de cuando salíamos a caminar juntos, y en mi mente imaginaba como sería su semblante después de varios años de ausencia–.  Cristian me preguntó si me sentía bien ya que estaba pálido, –después de tantos años había perdido la esperanza de volverlo a ver– no pensaba que iba a encontrarme con él, cuando nos presentamos se sorprendió cuando le dije mi nombre.

    Juan Felipe, mi padre, me miraba como quien intenta recordar un rostro que le parece familiar, alzó sus brazos al cielo y me abrazó. –hijo ya estás muy grande, me alegra mucho que hayas logrado salir adelante– dijo.

No hubo reproches, si mucha historia que contar. Solemos encontrarnos algunas veces, no se lo he dicho a mi madre, temo que de enterarse recaería emocionalmente y solo quiero verla tranquila al final de su vida, igual que a mi padre, yo entre tanto, sigo con la mía.

         Hola, me llamo Nahela. Gracias por leerme. Si te gustó mi relato puedes compartirlo, dejar un comentario en el blog o seguirnos.

Comentarios

  1. Una historia interesante pero me gustaría saber porque el papá se fue de la casa y porque su mamá le hecha a la culpa de su desaparición quedan muchas dudas en el relató.

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  2. El abandono de alguno de los padres puede ser muy difícil para los hijos. También una prueba que los fortalece o los hunde. Aquí un ejemplo de coraje.

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