Una vida inesperada



       A los siete años comenzó mi vida adulta.  En aquél tiempo había mucha pobreza, éramos de bajos recursos y no había comida.  Mi madre era cabeza de familia y al ver que las cosas no eran buenas me vi en la obligación de buscar trabajo en los trapiches. No sabía cuánto me pagaban, era mi mamá la que arreglaba el trabajo. En la escuela no teníamos una profesora que nos explicara bien o supongo que yo no entendía. Decía mamá que antes los profesores daban “juete” a los alumnos y por el mismo temor uno no aprendía nada.

    Así pasé dos años hasta cumplir nueve. En la casa se dificultaba mucho la convivencia entre madre e hijos. La madre de uno se portaba agresiva porque a veces no se aportaba dinero a la casa y ella tenía que salir a trabajar en cosechas de café. A nosotros los mayores nos tocaba criar a los más pequeños. En las tardes cuando las cosas no iban bien, llegaba enojada y nos pegaba, A veces porque no encontraba las cosas en orden.

    Cosas como estas me obligaron a irme de casa.  Cogí rumbo y fui a parar al departamento del Quindío, allá mi vida se complicó más por mi edad. No podía ejercer trabajos en las fincas y tenía que pedirle el favor a una persona mayor sin importar quien fuera, que dijera que era mi padre o madre; lo hacía para que en las fincas me reciban como pariente. Esta situación duró mucho tiempo.

    Como a los diez años no sabía leer ni escribir, sacar cuentas, ni sabía cuánto me ganaba. Quise aprender a sumar, a dividir y multiplicar por mí mismo. Tuve mucha dificultad para hacerlo, pero logré la meta. A los trece años regresé a casa, a visitar a mi madre; para ese entonces creía que las cosas habían cambiado, esperaba otra reacción de ella, creía que al verme se iba a contentar y me iba a pedir que no me devolviera, pero su reacción fue preguntarme cuando era mi regreso. En mi mente le contesté “regreso en dos meses” y como la situación era más difícil de lo que yo creía, tuve que hacer maletas rápido y regresar para el Quindío.

    Recorrí todos los departamentos desde el Quindío hasta la Guajira, de esta manera pude visitar las diferentes ciudades, pueblos y cierras; esto hizo despertar en mi la inmensa curiosidad de conocer más sobre mi país. Y así viajé año tras año, hasta que cumplí dieciséis, convirtiéndome en un hombre de negocios, llevando cigarrillos “Marlboro” desde Maicao hasta el Quindío.

Aunque sabía que era ilícito, eso me daba buenas ganancias, estuve así por dos años, pero mi conciencia no me dejaba tranquilo, así que decidí retirarme del negocio para comenzar a vender yuca y plátano. Eso no da mucho, pero vivo en paz.

         Hola, me llamo Anyelo. Gracias por leerme. Si te gustó mi relato puedes compartirlo, dejar un comentario en el blog o seguirnos.

Comentarios

  1. Gran relato, sigue adelante y sigue escribiendo!

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  2. 😔👏👏👏👏 hermoso y muy real relato... Felicidades

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