Un plan perfecto
No fue una decisión que tomara de la noche a la
mañana, fue una decisión que consulté por años con mi almohada, una decisión que,
aunque a muchos les parece un acto de cobardía, para mi significó el acto más
grande de valentía que hice en toda mi vida.
Fueron muchos años de tormento y el dolor se
incrementaba con el tiempo. Al comienzo mi corazón se sentía débil, todo lo que
me apasionaba había perdido su brillo, me escondía a llorar y todo lo justificaba
como el acto de un típico adolescente. Los monstruos que estaban debajo de mi cama ya no
me aterraban, se hicieron mis aliados; mis hábitos alimenticios no eran sanos,
dormía más de lo normal y con los días la ansiedad se convirtió en mi mejor
amiga.
La sombra de la oscuridad iba creciendo y yo me iba
quedando cada vez más pequeña a su lado. No supe en qué momento mi sonrisa desapareció;
sabía que mi decisión afectaría a cada una de las personas que eran parte de mi
vida.
Cuando al fin lo decidí tuve la “fortaleza” de contárselo
a la mujer que me dio la vida, lo recuerdo como si fuera ayer; tomé su mano y
le dije que la amaba con todo mi corazón, que tenerla a mi lado era lo único que
estaba bien en la vida, que no me juzgara y me comprendiera. Como si lo que iba
a hacer fuera algo normal, le dije que el último de mis días estaba por llegar, se
alarmo de inmediato y para completar la escena sufrí un ataque de ansiedad.
Me había cuestionado muchas veces mi decisión, sabía
que al hacerlo pondría sobre los hombros de mi madre un dolor que no merecía,
un dolor capaz de hundirla con su peso; ella trató de ayudarme de todas
las maneras posibles: me llevó a sicólogos, siquiatras y clínicas, pero nada ni
nadie podía reconstruir mi corazón y mi mente. Todo lo había planeado tan
minuciosamente que nadie se dio cuenta. A mis seres queridos les había
obsequiado algunas de mis cosas más importantes, eso me aliviaba el dolor,
sabiendo que permanecería por siempre en sus vidas.
El día llegó, un cinco de octubre. No podía romper la promesa que había hecho a mi madre, así que la llamé, nos sentamos y le quité el celular –hoy es el día– le dije. Pude ver en su mirada toda la desesperación, la angustia y la tristeza de miles de madres que sufren el dolor de ver consumirse inexorablemente la chispa que aviva el fuego de la vida en sus hijos. Se me partía el alma de verla. –te agradezco todo lo que has hecho por mi– le dije, sabiendo que eso no era suficiente. ¿Cuánto dolor puede caber en una mirada? En los ojos de mi madre cupo todo el dolor del mundo. Trató de cambiar mi decisión, pero estaba decidido y así como yo cumplí mi promesa quería que ella cumpliera la suya. Tal vez ella miraba la clínica como una luz, pero yo la miraba como una cárcel en la cual me condenarían a vivir en la oscuridad hasta el último de mis días.
Me paré y fui al baño, ella en su desesperación pedía
ayuda llamado a amigos y conocidos. Me di cuenta de todo cuando llegó mi
hermano, no pude hacer otra cosa que sonreír. Ver a mi madre llorar lágrimas de
sangre terminó de partir mi corazón en mil pedazos.
–¿Podemos dar una vuelta con mi hermano? –le dije, y nos subimos al auto. Cuando comenzamos a avanzar me di cuenta que ella no
estaba dispuesta a cumplir la promesa. Los obligue a que regresáramos. Al
bajarme miré a mi padre, nos quedamos en casa hablando durante horas, tuve que
fingir que iba a cancelar mi plan, me dio un último abrazo y subí con mi madre
a su habitación. Ella fue al baño por papel, le di enviar a este mensaje y
aproveché el momento para emprender mi viaje al más allá.
Hola, me llamo Danna. Gracias por leerme. Si te gustó mi relato puedes compartirlo, dejar un comentario en el blog o seguirnos.
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